lunes, 4 de septiembre de 2017

Yo no tengo una personalidad… de Oliverio Girondo (1891 - !967)


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Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.

En mí, la personalidad es una especie de forunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.

Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W.C.

¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡imposible saber cuál es la verdadera!

Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.

¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?

El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia. . . de un egoísmo. . . de una falta de tacto...

Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.


 Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda. 

lunes, 13 de marzo de 2017

“Cuando sea grande” de Silvia Schujer (fragmento)

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De chiquitísimo Oliverio sabía muy bien lo que sería de grande: bombero, equilibrista, domador de caballos, astronauta, mecánico de aviones, y, en los ratos libres, veterinario. Para entonces, lo sabía muy bien.
Con el correr de los años fue cambiando de ideas primero, dudando de casi todo más tarde, hasta olvidarse por completo de lo que alguna vez había tenido tan claro.
Por eso es que ahora (a la hora de esta historia digo), Oliverio no tenía la menor idea de lo que sería en el futuro. Y, para decir la verdad, tampoco le importaba demasiado.
No porque a Oliverio no le importara nada. No, no, no.
A Oliverio le importaba tener once años porque le parecía que ya eran bastantes.
Le importaba tener amigos por que le gustaba entenderse con la gente. Y le importaba escuchar música porque de esa manera –entre ritmo y ritmo- podía imaginarse historias fabulosas.
Sin embargo, a nadie parecía importarle todo esto. Y, desde el abuelo hasta la vecina de la casa de al lado, los mayores no hacían otra cosa que preguntarle:
¿Qué vas a ser cuando seas grande?
[¼]  Oliverio dibujaba, y el abuelo orgulloso decía: “Oliverio tiene pasta de ingeniero”.
Miraba atentamente un afiche y la tía clara decía: “Oliverio va a ser un pintor famoso”.
Escuchaba música y la mamá, entrecerrando los ojos, decía: “Oliverio va a ser director de orquesta”.
Y el papá vivía soñando con que sería un doctor.
No pasaba un solo día sin que le hicieran la dichosa pregunta.
[¼]  -No sé, no sé y no sé –decía Oliverio. Y en verdad no lo sabía. Y en verdad no le importaba demasiado.
Hasta que un día se puso a pensar. ¿Qué otra cosa le quedaba? “Cuando sea grande¼”, pensó Oliverio, “la ropa que estoy usando me va a quedar chica”¼
“Cuando sea grande¼”, pensó de nuevo, “voy a poder entrar al cine a ver las películas prohibidas. Y voy a llegar al barrote del techo de los colectivos y seguro que me va a gustar bañarme todos los días”.
“Cuando sea grande¼”, pensó Oliverio. Y se le vino la pregunta de la tía, del abuelo, de la madre y la vecina: “¿Qué voy a ser cuando sea grande?” “¡Médico? ¿Dentista? ¿Escritor? ¿Abogado? ¿Fotógrafo? ¿Guardavidas?”.
Qué se yo –dijo Oliverio. Mucho tiempo pensó en el día que fuera grande y de repente¼
[¼]   La respuesta se abrió de pronto como una flor en setiembre.
“Cuando sea grande”, contestó Oliverio y se quedó tranquilo para siempre¼
“Cuando sea grande”, respondió a los que nunca más se lo volvieron a preguntar, “voy a seguir siendo Oliverio”.
¿O no?

Schujer, Silvia. “Cuando sea grande”, en  Oliverio junta preguntas. Primera Sudamericana, Buenos Aires, 1989.


La preocupación por el yo


Por Nelva Morando

¿Dónde está el niño que yo fui,
sigue adentro de mí o se fue?
(Pablo Neruda. El libro de las preguntas.
Buenos Aires, Losada, 1974)


                                                                                                                                                                              

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Juan valora mucho los regalos de sus seres queridos. Más allá de su valor material, cada uno de ellos manifiesta el cariño que tienen por él familiares y amigos. De todos, Juan siente particular adoración por el auto que le regaló su abuelo al cumplir cinco años, su último obsequio antes de morir al año siguiente. Su especial preocupación por cuidarlo, es una forma de homenajear a su abuelo a quien tanto quería. A pesar de ese cuidado, la historia de su autito fue bastante tortuosa; una vez su primo José le quitó las ruedas y vaya saber dónde las dejó; hubo que conseguirle ruedas nuevas. Su hermanita Josefina le destruyó la carrocería, no hubo forma de pegarla y tuvo que ponerle la de otro auto; y hasta le cambió el aparato de fricción cuando se falseó.
“Del autito original ya no queda nada, y si no queda nada ¿sigue siendo el mismo?”, pensó Juan.

A Juan se le ocurrió pensar que lo que pasaba con el autito de su infancia era parecido a lo que ocurre con nosotros. “Yo no soy el mismo que cuando nací”, se dijo, “mi cuerpo cambió mucho, crecí, aprendí cosas en casa, en la escuela, con mis amigos. Mi carácter también es diferente. ¿Qué tiene en común este Juan de ahora, con el que gateaba, el que iba al jardín de infantes, el que se divertía tirándole maní a los monos? ¿Yo soy todos esos Juanes juntos? ¿Quién soy yo?”

Después de cenar le hizo esa pregunta a sus padres, a lo que su mamá contestó:

-          Juan, sos hijo de Eduardo y mío, hermano de Josefina, primo de José y de Dani, jugador de basquet del club del barrio ¼
-          Creo que no me entendiste. Alguno de los ejemplos que me das me igualan a otras personas, y lo que quiero saber es quién soy yo, yo sólo.
-          Bueno, en la identidad personal se conjugan las diferencias y semejanzas –dijo el padre- pero si lo que te preocupa es diferenciarte de los demás, sería conveniente que habláramos del proceso de diferenciación que vamos haciendo desde bebés hasta formar nuestra personalidad al final de la adolescencia. El bebé siente que es uno con su mamá y le cuesta separarse, diferenciarse de ella. Cuando logra tener movimientos independientes y comienza a explorar las cosas que lo rodean, se da cuenta de los límites de su propio cuerpo y nace tímidamente una cierta idea de  “yo” como alguien diferente. Si observaste a tu primo Dani que tiene dos años, habrás notado que cuando se refiere a él mismo, dice “el nene quiere” en lugar de “yo quiero”.
-    Ah sí!, eso es porque todavía no sabe hablar bien y no conjuga los verbos.
-    No los conjuga como decís, porque no tiene una idea formada, terminada de su “yo”. No te olvides que el lenguaje refleja nuestros pensamientos.
-    ¿Y cuando aparece el “yo”?
-    Vas a ver que dentro de unos meses, cuando Dani tenga tres años, tres años y pico¼, va a decir “yo quiero” en vez de “el nene quiere”. Entonces será el tiempo en que Dani habrá elaborado la idea de que es un “yo”, una personita diferente a los otros. Este yo chiquitito se va a fortificar a medida que Dani crezca y vaya ganando independencia en sus actos y en sus pensamientos. Digamos que es en la adolescencia -la etapa a la que te estás asomando- cuando se completa la construcción del “yo”, de la personalidad.
-    La señorita Lorena nos dijo que estamos en la pubertad.
-    Claro, la pubertad es la puerta de la adolescencia. En esa etapa que tenés tan próxima vas a ir alejándote de nosotros aunque sigas viviendo aquí. Quiero decir que vas a tener nuevas responsabilidades, vas a vivir situaciones en las que tendrás que arreglártelas solo.
-    ¿Cómo cuáles?
-   Por ejemplo elegir una chica con quien salir, o cuando te enamores llevar adelante la relación; o tener un trabajo¼ mamá y yo podremos apoyarte pero la situaciones que vivas serán muy tuyas. También va a preocuparte tu imagen, tendrás que acostumbrarte a un cuerpo tuyo que va tomando forma de adulto. Ya te está preocupando el bigote¼
-    Sí, es cierto, y no me gusta nada.
-    Además vas a tener en cuenta la opinión de tus amigos, desde la vestimenta hasta la forma de hablar y de actuar. Y en este tratar de parecerte cada vez más a los chicos de tu edad, vas a empezar a buscar un modelo de adulto. “¿Cómo quién quiero ser?”, vas a preguntarte todos los días. Y con los pedacitos que vayas eligiendo de otros empezarás a construir tu “ser vos mismo”, tu yo, tu personalidad. En este sentido es que somos diferentes y semejantes a los demás.
-          Entiendo -dice Cristina- la imagen de uno mismo se forma en un contexto social y cultural, a partir de las opiniones que los demás tienen de uno y comparándonos con quienes nos rodean.


Además lo que uno es, en un sentido se construye como vimos en el relato, y en otro se descubre. Hay aspectos de nuestra personalidad que desconocemos hasta que alguna circunstancia lo pone de manifiesto. Podemos descubrirnos en lo que pensamos, en lo que sentimos, en las intenciones, en las acciones. A veces nos sentimos orgullosos porque afrontamos una situación con valentía o tuvimos un gesto solidario, y decimos “me creía un cobarde” o “pensaba que era más egoísta”. Otras veces como te pasó a vos con Pedro, nos vemos reaccionando con violencia o sentimos cosas que no imaginábamos. En definitiva, Juan, llegar a ser uno mismo se logra a través de las relaciones con los demás y de nuestras propias capacidades.Somos según nuestra propia historia personal, esa que vamos construyendo y descubriendo al mismo tiempo.

Ari medita sobre lo que significa una pregunta

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-Pa –dijo Ari 
-Mmmmm –dijo su padre. 
-Pa, ¿qué es una pregunta? 
-¿Qué me estás preguntando? 
-Sí, ya sé que estoy haciéndote una pregunta, pero no es esa la pregunta que te hago 
-¿Cuál es la pregunta que me haces? Parece que estamos danto vueltas una y otra vez, como Abbott y Costello. ¿Quién es primero? 
-¡Pa! 
-¿Qué? 
-Hablo en serio. ¿Qué es una pregunta? 
-¿Por qué quieres saberlo? 
-Eso no viene al caso, pa. Qué importa por qué quiero saber. Simplemente quiero saberlo. 
-Vos siempre preguntas por qué. ¿Por qué yo no puedo preguntar por qué? 
-Papá, lo único que te hice fue una pregunta sencilla, y no haces más que dar vueltas y vueltas. Todo lo que trataba de averiguar es qué pasa cuando hacemos una pregunta. 
-Creía haberte contestado. 
-¿Cómo que me contestaste? No me contestaste. Simplemente me hiciste un montón de preguntas. 
-No tendría que hacer tantas preguntas si supiera alguna respuesta. 
-Y si yo supiera qué son las preguntas, a lo mejor no haría tantas. 
-Si supieras qué son, tal vez harías aún más. 
-¡Pa! 
-¿Mmmm? 
-Sigo tratando de averiguar. 
-¿Qué es una pregunta, o qué pasa cuando hacemos una? Ari parecía afligido. Su padre se alzó de hombros. 
-Bueno, primero me preguntaste una cosa, y después otra. ¿Cómo puedo ayudarte si no haces más que cambiar lo que me preguntas? 
-Está bien, ¿qué pasa cuando hacemos una pregunta? 
El señor Stotelmeyer frunció los labios y reflexionó. 
-Cuando haces una pregunta, ¿cómo te sentís? 
-Confundido. 
-¿Y cómo te sentís cuando te sientas a la mesa para cenar? 
-Hambriento. Ah, ya entiendo a dónde vas. Quieres decir que cuando tenemos hambre, es natural que busquemos algo para comer, y cuando estamos confundidos, es natural que busquemos respuestas. 
-¿Así que buscar respuestas es tan natural como buscar comida? 
Ari se tendió en el suelo, junto a la silla de su padre. 
-A lo mejor es así, ¿pero eso quiere decir que hacer preguntas es lo mismo que buscar respuestas? 
-El señor Stotelmeyer negó con la cabeza. 
-No dije eso. 
-Entonces, ¿qué es una pregunta? 
-Ari, pareces una mosca enferma. Das vueltas zumbando como una mosca enferma. 
Ari se rió. 
-A lo mejor, la mosca no está enferma para nada. A lo mejor, sólo trata de preguntarte algo. O tal vez tiene un problema. –Entonces reflexionó-: -¿es eso lo que me decís, que hacemos preguntas porque tenemos problemas? 
-¿Nosotros tenemos problemas o los problemas nos tienen a nosotros? 
-Ay, pa, por Dios, ¿no vas a hablar en serio? 
-Estoy hablando en serio. 
-Bueno, ¿cuál es la relación entre una pregunta y un problema? 
-¿Cuál es la relación entre un iceberg y la punta del iceberg? 
-La punta del iceberg es lo único que podemos ver; el resto está debajo del agua. 
-Entonces, ¿no es posible que tu pregunta sea sólo la punta del problema? 
-¿La pregunta es mía pero el problema no? 
-No. 
-Entonces, ¿de quién es? 
-De nadie. Mira, si terminaras la escuela y no estuvieras seguro de qué hacer después, estarías confundido y empezarías a hacer preguntas. Pero si hay paro de docentes, entonces eso es un problema, y no es sólo tuyo. Por eso dije que no lo tendrías sino que él te tendría a vos. 
-¿Así que la razón por la que hago preguntas no es tanto para conseguir respuestas como para llegar a saber cuál es el problema? 
El señor Stotelmeyer se permitió una tenue sonrisa, y asintió con la cabeza. 
-Entonces, papá –insistió Ari-, si debajo de toda pregunta hay un problema, ¿quiere decir que debajo de toda afirmación hay una pregunta? 
Su padre no dijo nada. Ari esperó, y luego agregó: 
-Y ya que estamos, ¿significa que debajo de cada problema hay algo?
-Eso –respondió el seños Stotelmeyer- es un misterio. 

Mathew Lipman, Lisa, Capítulo 1 Episodio 2, Ed. Manantial, Argentina Tomado de http://www.tematika.com/libros/humanidades--2/educacion--3/didactica-- 5/lisa--252983.htm